Nosotros, los que no queremos entender (crítica sobre Interestelar)

J. Gregorio Maita

“La naturaleza no es mala.
La maldad es solo una condición del hombre.”


Kris Kelvin (Donatas Banionis), herido de fiebre, cavilando en su delirio, escupe una frase lapidaria: “La vergüenza salvará a la humanidad”. Aquella Solaris de 1972, con su Tarcovsky, con su reflexión sobre la línea transversal que ha dado pie a todo, el amor y la necesidad de amar del ser humano, su inevitabilidad, y esa deliciosa debilidad por sentir, da el punto de partida de lo que es en realidad la más reciente producción de Christopher Nolan: Interestelar.

La propuesta de Nolan, que sigue rozando tímidamente la reflexión política (que el amor es político porque ha servido a la búsqueda de sí mismo, al encuentro con otros desesperados, a la salvación, a la paz adormeciendo al odio, y a la transformación de todo lo que toca), tal y como lo hiciera en su aclamada Inception (2010), con su crítica directa al sistema capitalista depredador, donde para cada nueva generación lo anterior no es suficiente. En la presente, una humanidad representada en un país (no es gratuita la inexistencia de otras nacionalidades en el film) de bandera deshilachada y aún conquistadora de territorios inútiles, cuyos recursos, esos que no se dan con las ganas sino con la posibilidad, disminuyen en tal medida que es pronta la desaparición de una especie irresponsable, por inanición.

Interestelar es en sí misma la búsqueda de un nuevo comienzo más allá del espacio conocido. ¿Será que hay rincones humanos que los gringos no han entendido y que de alguna manera se hacen necesarios en la situación planteada de una supervivencia a juro? ¿Será para los estadounidenses únicamente el mensaje? Es un coto aquello de la desaparición del ejército (amén de la tentación del negocio de la guerra); la enseñanza de la historia sin mentiras ni tapujos a los niños, ejemplificada en la estratagema propagandística de Guerra Fría de los norteamericanos al aparentar la conquista de la luna para arruinar económicamente a la URSS en la competencia por la exploración espacial; aún en la rabia de Cooper (Matthew McConaghey), un cowboy sin pistola al cinto, forzado a vivir una realidad estoica e impulsado por amor a salvar el futuro de sus hijos y de todos.

Compleja, cautelosa, con esa estructura circular que nos enseñara Lynch en Mulholland Drive (2001) o en Carretera Perdida (1997), donde el camino difuso de la transdimensionalidad rompe los esquemas de lo común, y el pasadopresentefuturo pareciera la misma cosa, pues Nolan, a diferencia de El Gran Truco (2006) o Memento (2000), donde jugó con la estructura narrativa descomponiendo el relato, aquí usa principios de la física, la gran ciencia del universo, para darnos esa sensación de extravío (sabroso) que aporta originalidad a la cinta.

Interestelar confunde en su desarrollo, pues en la medida en que avanza (o se devuelve) pareciera dejar grietas que son completadas por el todo cuando has llegado al llegadero, un poco complaciente. ¿Manipuladora? Tal vez, pero su sentido de la manipulación, entendiendo la orientación comercial del cine, sobre todo el de Nolan, que es caro y taquillero, se justifica en la exploración de una historia que llene al autor, aún en detrimento de algún espectador desdentado adicto a compotas cinematográficas.

Películas para entender a Interestelar en su exacta dimensión: por supuesto 2001 Odisea del Espacio (1968) de Kubrick, donde la raza humana encuentra en la influencia de un monolito, el instinto de la violencia que permite su evolución y supervivencia; ya habíamos hablado de Solaris (1972) donde Andrei Tarcovsky refleja la necesidad espiritual del ser humano de llenar sus huecos así sea hundidos en la irrealidad; la infravalorada Sunshine (2007) de Danny Boyle, donde el coloso solar plantea el reto más grande de la especie humana; El Quinto Elemento (1997) de Luc Besson, donde la humanidad esculpida en la bella Milla Jovovich, es el origen del sentimiento que libera; Armagedón (1998) de Michael Bay, solo por el sacrificio; Inteligencia Artificial (2001) de Spielberg, donde se demuestra que la semilla del sentimiento humano, núcleo de milagros, no es exclusiva de los descendientes de Adán; y Gravity (2013) de Cuarón, porque al final lo que importa es vivir.

Ante la pregunta de que si esta es la mejor película de Nolan, es mi criterio responder por ahora, dejando al tiempo cocer lo entrañable a fuego lento, que es la más emotiva. Así como las películas antes mencionadas permiten una mejor lectura de Interestelar, evitando los comentarios idiotas de algún superfluo en la sala cuya pregunta necia sobre si el personaje de McConaghey había “llegado a la luna”; yendo más allá, y tomando en cuenta el derrumbe de barreras que significó El Caballero de la Noche (2008), no solo para el subgénero de superhéroes, sino para el cine en general, tomando como ejemplo Skyfall (2012) de Mendes, puedo anticipar un cine cada vez más cargado de intelectualidad, que exija a los cineastas ser más cultos, más procaces, avezados de teorías físicas y filosóficas más profundas, para hacer del arte una excusa ideal para leer y aprender más sobre nosotros y el universo.

Amaos los unos a los otros, dijo alguien por allí hace un bojote de años. ¿Lo internalizaremos al borde del abismo?

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