El arte de la política: La invasión y otros breves movimientos
Por David Gómez Rodríguez
En este El arte de la política hablaremos de literatura y, por eso, la obra de arte es un libro, que al tener en las manos podrán maniobrar como si se tratara de un juego, una mandala que se despliega emulando un casete. En esta ocasión, los artistas no son pintores, son los agentes, correctores y diseñadores que hacen parte del Colectivo Editorial Senzala, dirigido por uno de los mejores editores del país, se trata de Dannybal Reyes. Ellos se han propuesto hacer los libros más bellos del continente, no solo por su contenido, sino también por su presentación… por el impacto que ocasiona tomar en las manos estos artefactos que se abren a los sentidos de múltiples formas. Con esta irreverencia sesuda levantan con sus diseños y colores una bandera: la revolución estética y editorial en el campo literario, la cual es una necesidad si queremos inscribir la literatura venezolana contemporánea en el escenario y el debate mundial, especialmente en el mundo hispanohablante.
El primer cuento del libro de Juan Manuel Parada se llama “La invasión”, él determina la obra. El cuento inicia en persecución, a un ritmo agitado, con la fuerza del que no se da tregua porque su vida depende de ello. La persecución es quizá el sentimiento de toda una generación que se vio acorralada entre las armas y el monte. Juan Manuel Parada no es ingenuo ni indiferente frente a esta realidad, la retrata con crudeza y belleza en esta obra, develando las profundas contradicciones sociales y económicas que fundan nuestra historia. Es la lucha de clases vista desde el campo. Las esperanzas y los dolores que acompañan a hombres y mujeres como Elías, Calistra y Numas, enfrentados a muerte con Pedraza, que resulta ser el dueño de la tierra, de los medios de producción y, por lo tanto, de las garantías de vida. Pedraza, que podría llamarse también Sacramento Mendoza, podría ser también el dueño de esos hatos que se ven a orilla de carretera con cercas interminables, a pesar del artículo 307 de la Constitución. Es el opresor común en los libros de ambos y también en la historia de nuestra sociedad. No se trata solo de los gringos, se trata de la burguesía, en especial la que se prestó para hambrear y hacerle la guerra económica a Venezuela.
El jadeo de Pedraza se oye cerca y lo imagina empuñando el arma, temeroso pero altivo, motivado por la rabia que le provoca la humillación infringida por Rufino; a él, dueño de las tierras, los ríos, la vida y la muerte. En eso recuerda a Zapata, aquel que de cuando en cuando se reunía con los jornaleros para hablarles de injusticias; el mismo que, según se dice, estaba organizando otro movimiento armado para lanzarse contra el patrón. Le viene a la mente porque una vez, en el botiquín de la colombiana, Zapata le dijo: “En este monte, toda tragedia se llama Pedraza. La muerte de tu Rosario, la del nieto de Calistra… toda desgracia es él: la sequía; la sequía, el miedo. Acá lo malo lleva su nombre. Mi muerte, la muerte de la tierra y la de todos están inscritas en él”.
Dentro de esas cercas siempre se produce la persecución, y esa tierra apresada, con todo y jornaleros, ha sido testigo de la “invasión” muchas veces. Juan Parada categoriza un tiempo histórico que no acaba, pues, aunque la lucha subversiva haya mutado a otros métodos, la lucha entre el opresor y el oprimido mantiene su relación dialéctica y termina siendo siempre detonante de una violencia que sufre el pueblo. No obstante, cuando ese pueblo lleva libros y machetes en las manos, y se organiza en comunas, otra historia se escribe, es la historia que estamos viviendo: sufriendo y cantando; luchando y amando; resistiendo y avanzando paso a paso.
El escritor y también alcalde del municipio Peña, en Yaracuy, demuestra un compromiso ético que conecta con un instinto convertido, a través de la constancia, en virtud. Me refiero a sus formas, a sus metáforas, a aquello que podemos categorizar dentro del espectro de lo estético, pues es sustancia de la belleza. No se trata solamente de relatar llevándonos a la rabia, al dolor, a la impotencia… es narrar para hacer de esa historia un motivo para encontrar la épica incluso en la derrota.
Juan Manuel Parada, además, relata la muerte del poder. No se trata de una venganza sangrienta, sino que es más bien el destino impuesto por la fuerza de la dialéctica sobre el sanguinario que un día se sintió Dios por sostener una pistola en la mano y usarla para acribillar a los movimientos y los líderes que representaban las esperanzas del pueblo. Se trata de “El rastro del general”, cuento que nos permite imaginar la vulnerabilidad, el quebranto, la humillación de aquellos fascistas que gobernaron como Pinochet o Videla y que el tiempo ajusticia. Juan Manuel Parada transforma la “gloria del sanguinario” en putrefacción, llevando a un general pulcro y cruel a la guillotina existencial de todo ser humano: una vejez decadente, en donde ni el suicidio sirve como mecanismo de liberación.
“Cuando la manzana dejó de girar y subía el arma hacia su cabeza con el dedo en el gatillo, una mujer lo detuvo, sin mucho afán, como acostumbrada a ese juego de la pistola sin balas. Y una vez más, en manos de la criada fiel, el anciano general se deja limpiar el culo y cambiar los pantalones, callado y sumiso, asqueado por la hediondez y por el rastro de mierda que va dejando a su paso”.
Finalmente, me quiero referir al cuento “Tu país está feliz”. Es un texto que se desborda por su actualidad y pertinencia, pues nos expone la frustración de aquellos que frente a la felicidad pretenden imponer a cualquier costo su amargura y esto, en un contexto-país donde se lucha por la paz y la felicidad social, tiene un profundo sentido político. En estos días que celebramos la Navidad, el mensaje de este cuento se hace para los venezolanos y las venezolanas palpable, pues mientras toda una nación se está organizando para el encuentro y el abrazo familiar, ¿y por qué no?, comunal, porque nos gusta celebrar con los vecinos y llevar la algarabía a la calle, otros se organizan en función del odio mientras se colocan su triste disfraz de Santa Claus.
“Cuando el avión se levantaba para dejar el país, el hombre veía por la ventana la ranchería miserable y las calles angostas a las que no volvería mientras existieran bailes y perdones. Se arrellanó junto a su esposa en el sillón de la primera clase. Suspiró y cerró los ojos, pero no pudo dormir en el trayecto de nueve horas imaginando que su mujer esbozaba una sonrisa. Y así, cada vez que el joven millonario se despertaba angustiado a verla, se sentía aliviado, casi feliz, confirmando la tristeza que marchitaba su rostro”.
Estamos frente a una obra necesaria, de trascendencia; pertinente y poderosa tanto en sus mensajes como en su estilo. No se trata de una fantasía total, de una ficción aérea, sino que son movimientos que nos definen, como si jugáramos garrote frente a un espejo. El cuento, como dijo Cortázar, se gana por nocaut, y Eduardo Sanoja afirmaba que el golpe es la verdad. ¡Qué fuerte golpea con estos cuentos Juan Manuel Parada en el panorama literario de nuestro país!