La literatura como navegaciones inciertas. Notas de una lectura de El Naufragio del Alba. Del Naufragio intuyo el Alba
- 1. Ya el diseño de la portada y contratapa de la novela me sugiere un aspecto cortazariano, como le dije a su autor: David Gómez Rodríguez, y él me descubrió la semejanza cierta con un expediente o historia médica, quizá de un psiquiátrico. El libro como artefacto de lectura, muchas veces no es lo que aparenta, pues las novelas, los libros de ensayo, algunas biografías, más allá de la linealidad comprensiva del término, dependen del linde del escritor, de su inquietud de desborde.
Si, para mí, Rayuela es homónima como referente a primera vista de este libro. ¡Y vaya qué referencia! La novela de David, la que leí de manera rauda, dada la emergencia de su presentación en Margarita, y la inesperada llegada del libro a mis manos, me lleva a la obra del célebre narrador y fabulador argentino, pues son narraciones ricas en metonimias. La metonimia —no está de más indicarlo— tiene la facultad de designar una cosa con el nombre de otra, a partir de una relación de contigüidad espacial, temporal y hasta causal. De allí la repentina idea del título de estas notas.
Lo más grave y menos esperado de una travesía por el mar es el naufragio. Por ello, los avezados nautas se cuidan de que sus navegaciones sean avisadas por el mejor tiempo cósmico; aun así, no existe nada tan impredecible como el mar, y son incontables las páginas escritas sobre sus destrozos. Por extensión metonímica ocurren también los naufragios en tierra —y en la literatura existen antecedentes extraordinarios de ambos tipos de hundimientos—. Como los personajes en la novela de David, algunos se hunden bajo las circunstancias del poder, de sus niveles de criminalidad, que poco a poco se entronizan en la humanidad en los tiempos que transitan. Los personajes en esta novela parecen prisioneros de una realidad que los oprime y parece asfixiarlos, arrinconarlos a un “orden” que los ahorme (el orden del poder), que, ignorado por muchas personas, los condiciona sutilmente de diversas maneras y en distintos órdenes de la vida.
- 2. De naufragar en tierra surge también una forma de metonimia, pues se toma la tierra en lugar del mar. La novela moderna ha hecho de esta figura o tropo un elemento de estructurada y dinámica imaginación en la prosa narrativa, aunado al vuelo del lenguaje poético ajustado a los requerimientos del discurso, tal como hace David Gómez Rodríguez, en la escritura que arrastra una materia semántica que expande un abanico de significaciones dentro de la cual se mueven los personajes. Alba, por ejemplo, nombre de una mujer que en la narración es víctima de un brutal asesinato, planificado, ordenado y perpetrado por el terrateniente del lugar a causa de los celos, dado que la cree de su exclusiva pertenencia. Alba está a punto de dar a luz, y la criatura (Esperanza) es extraída de su vientre milagrosamente, atrayendo en esa forma de nacimiento una suerte de augurio. Esperanza es símbolo de lo que adviene, es la voluntad por una mejor cualidad de futuridad. Al nacer, la criatura se transforma en una mariposa, atando y tejiendo contenidos que aún se presentan bajo la dispersión, pero no dejan de ser sugerentes.
- 3. En la novela se pone de manifiesto, desde sus inicios, un interés simbólico, que ya es llamativo desde su título. Significados que irradian ambigüedades se abren y amarran el discurso narrativo. Debo indicar que, más allá de la costumbre, tal como muchos lectores piensan, en las novelas no existen personajes modelos. El propósito del escritor no es ese esencialmente, pues se vería reducida la literatura a un cartabón moral. En Doña Bárbara, novela emblemática venezolana, obra de gran factura literaria, se crean personajes que simbolizan y representan (que es bien distinto). Los personajes del maestro y novelista Rómulo Gallegos están allí, en la escena interna de la obra, pero su relieve, el reflejo, es tan acabado, tan logrado, que trascienden la tinta y se convirtieron en roles de un tiempo histórico nivelado, real, aún hoy.
La trama de la narración es muchas veces llevada por un personaje, bien sea que aparezca o no dentro de la narración. En la novela de David, algunos personajes son víctimas de disfunciones psíquicas como consecuencia de un orden del poder, y como “la verdad del loco”, semejantes a las cosas fuera de sitio. El vigilante del manicomio, en esta obra, la labor que ejecuta, según su testimonio notarial, es una labor nocturna, pues durante el día también ejerce de maestro de escuela, labores que cumple —como él mismo dice— para redondear escasamente un salario, y añade: “En el manicomio, las puertas tienen seguro y yo tengo una copia de todas las llaves, en la casilla de vigilancia. Es lo único que me hace sentir especial en este lugar”. Veamos cómo esta circunstancia de poseer las llaves otorga una sensación de poder, pero como cualidad, no como ambición. En otra ocasión señala: “En el manicomio hay un salón repleto de pastillas para dormir”. Esta información nos transmite una interesante connotación, porque parece indicarnos que el enorme arsenal de pastillas no está solo destinado a los que padecen trastornos psíquicos, reducidos en el recinto del manicomio como espacio de salud. Hay la oblicua claridad de una sociedad con estos padecimientos. Ahora bien, “¿Qué tan dormidos estamos todos aún?”, víctimas de la permanente lluvia de información tóxica que nos llega a través de la TV y de las llamadas redes electrónicas de comunicación, como prefiero llamarlas.
Para concluir, debo indicar que los innegables logros narrativos de este primer ejercicio literario narrativo de David Gómez Rodríguez sin duda son pasos firmes hacia otros de mayor desarrollo y exigencia escritural.
Luis Emilio Romero.