Los movimientos de la invasión
Abres el libro y te encuentras corriendo, sí, junto a Elías, huyendo sin saber por qué ni de quién. Sin embargo, sigues atravesando esa selva espesa; empiezas a sentir el calor, el lodo, el sudor, los gritos y recuerdas… ¿Cómo? No lo sé, pero Juan Manuel Parada logra, desde su primer relato, mantenerte en movimiento y vivir una experiencia sensorial única.
Y es que La invasión y otros breves movimientos tiene vida propia; cada mundo es un mundo diferente, narrado por un mismo autor que logra, conscientemente, ser un ventrílocuo. El primer movimiento es, sin dudas, maravilloso; un hallazgo, una recuperación del cuento venezolano del siglo XX, con un fresco aire de siglo XXI que logra una exquisita narración, casi perfecta, entendiendo que la perfección es un camino que nunca se concluye, pero del cual, estoy seguro, Juan Manuel Parada está muy cerca. Logra revivir los mejores momentos de Antonio Márquez Salas en Solo, en campo descubierto; la habilidad metafórica y técnica de Guillermo Meneses; un poco de José Napoleón Oropeza, con esas imágenes tan poéticas sobre la muerte; la tensión de Arco secreto de Díaz Solís; el tono lúdico y callejero de Salvador Garmendia y mucho, muchísimo, de País portátil de Adriano González León. Por eso no tengo dudas de que este primer movimiento, titulado La invasión, es una vitrina de nuestra mejor literatura. Una literatura que se había dejado de escribir, tan necesaria hoy en día, y que Parada recupera como todo un maestro.
La invasión invadió mis preferencias porque allí está todo. El desarrollo de personajes que no concluye y la sobrecarga de evocaciones descriptivas no son errores técnicos, al menos a mi vista, sino detalles estéticos que nos desvelan a un autor capaz de ponernos en la piel de su narrador y romper la cuarta pared, metiéndote, lector, en el juego, sin preguntarte, a la mejor manera de Kafka y Cortázar. Hay una necesidad de contar en cada personaje, unas ganas de querer decirlo todo en un momento que agobia por ratos, pero ese es el cometido principal del cuento, pues a todos, como en Pedro Páramo, los persigue la muerte como quien “Oye los pasos de los caballos que casi le caen encima…” (Parada, p.14, 2024).
Si hacemos una radiografía de lecturas o influencias de Parada, cosa que me fascina, apuesto a que es un lector de poesía y de filosofía asiduo y ferviente, pues de otra forma no hubiese llevado a su Elías, su primer personaje, a dilucidar entre la muerte y el sexo, un debate que los griegos comenzaron y nosotros continuamos; y detrás de esto me imagino al narrador, o al mismo autor, recitándole unos versos del recordado poeta venezolano Armando Rojas Guardia donde nos cuenta que espera al poema “como aguardo el placer al inicio de la cópula / lentísimo, fértil…”
Y seguimos leyendo poesía en una narrativa seductora que logra, como lo dijo Roberto Bolaño en una entrevista, tensar el arco como muy pocos poetas lo hacen hoy en día. Digo esto y me quedo con esa sequía, ese calor, ese ardid de las tierras calientes de este país que el poeta Luis Alberto Crespo declamó en su libro Sé, diciendo que “Nos asignaron derrumbes / quebrantos / nos obligaron a secarnos.” Parada, por su lado, pone a Calistra, un personaje que es Doña Bárbara y Venezuela, que es la Negra Matea y todas las venezolanas que aguardan la esperanza como un sueño ardiente, “como si se llevaran a cuestas la tragedia del verano” (Parada, p.15, 2024).
Pero estoy hablando mucho y aún no digo nada sobre la capacidad de nuestro autor para comprender nuestro reciente pasado histórico revolucionario y llevarlo a una literatura tan libre, tan brillante, que cualquiera, sin importar su tinte político, leería con gusto. Pues en La invasión, Calistra abraza a todos los lectores, como abraza a su nieto rebelde que se ha convertido en “un hombre bien completo y muy callado” (Parada, p.14, 2024), quizá como consecuencia de tantas luchas que parecían no ver luz.
Y aquí llega lo interesante, ya que Juan Manuel Parada construye un metaverso; cuando abrimos el libro, nos ponemos los lentes de realidad virtual y nos contactamos con el autor, sus narradores, sus personajes y sus historias. Vamos andando en esos mundos, siempre guiados por un deicida que sin dudas ha leído Cien años de soledad y Los cachorros. Menciono estas dos obras por lo siguiente: García Márquez tiene, a mi criterio, el récord en exceso de adjetivación; sin embargo, logra, mágicamente, construir una de las mejores novelas jamás escritas sin llegar a ser innecesario ningún adjetivo, y Parada lo logra dándole fuerza con sentido poético a cada párrafo. Por otra parte, Vargas Llosa, en ese relato largo o novela corta, pone a hablar a todos los personajes, en distintos tiempos, y hasta él mismo entra en la narración para guiar a sus narradores, cosa que hace Juan Manuel Parada con Numas, quien comienza un viaje por una carretera, quizá metáfora de la marca creativa de Parada, pues de un momento a otro “la carretera se extiende ante Numas, tan larga y recta que se le figura como la historia misma de los campesinos: inalterable, confinada a un destino que se vislumbra al final, diminuto, pero que se aleja en la misma medida en la que se avanza hacia él.” (p. 18) ¿Se le extendió la brevedad, los personajes hablaron de más, es tan buena que debe continuar? Pues sí. Y se me ocurre que el autor deja eso en responsabilidad de su personaje para que sea él quien empiece a hurgar en la vida de cada uno, los mueva, los controle, les diga qué hacer y así el cuentista se pueda arriesgar a escribir de más porque los lectores queremos más.
Para comprender por qué me gustó tanto La invasión, debo decir que Numas me recuerda a Elizabeth Costello, su homóloga en la novela de mi segundo escritor favorito, el sudafricano Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee, quien controla a los personajes y juega con el tiempo narrativo, en Hombre lento, hasta hacer que los personajes se encaminen hacia el final al que no quieren llegar, como si ellos tuvieran vida propia y no hubiese un deicida detrás de ellos. Numas y Elizabeth Costello son escritores y personajes, y llegan a pensar que escribir no sirve de nada “porque una novela es inofensiva, un divertimento de ociosos”. (p.19)
¿Por qué Numas intenta escribir una novela y no un cuento si están viviendo en un cuento? Son preguntas que nos responderán los otros relatos, o movimientos, que conforman el libro. Sin embargo, en esta primera oportunidad el narrador-escritor busca e insiste en existir aun después de la muerte y piensa que un libro es la respuesta. Unos dirán, como lo hace su verdugo, que es mejor un fusil que una novela para hacer la rebelión, pero lo importante, lo que entiende Juan Manuel Parada en voz de Numas, es que, a pesar de la muerte, el olvido y el desastre “ese pacto con el lector, hasta lo cruel lo hace bello”. (p.21).