Tres razones para (¿no?) leer El naufragio del alba/ Del naufragio intuyo el alba de David Gómez Rodríguez

Si alguien me preguntara por qué leer la novela El naufragio del alba Del naufragio intuyo el alba del escritor venezolano David Gómez le daría 3 razones. Y para que no crea que soy su amiga y defiendo su obra, también le daría 3 razones para no leerla. Sumando, serían 6 razones por las que sabrá que la novela existe, aunque el autor se empeñe en tacharla (desde el título).

El uso del espacio es la primera razón. Casi sin darte cuenta pasas de un espacio a otro siguiendo el delgado hilo de los diálogos, incluso monólogos que casi ensordecen las páginas de la obra. Lo interesante acá es el encontrarse un espacio dentro de otro, como si nunca existiera el principio, tal es una caja china. Cada caja te sumerge en un espacio distinto desde el cual puedes aparentemente acceder a otro: así como del campo al espejo, del espejo al liceo, del liceo a un poema manicomio, que a su vez en un barco. Son los recovecos mentales quienes dominan la necesidad de encontrar una línea narrativa: porque es en esos recovecos de sentidos donde “pasa” la novela. El terreno casi inaprehendido del Naufragio subyace en la mente de los personajes y hacia ese pantanoso lugar nos dirigimos desde la portada del libro. Los espacios físicos y subjetivos se complementan, yace allí una visión de mundo, de país, de gente. Los personajes no llevan la historia, se la tropiezan, tratan de salir a flote en busca de su propia historia y nosotros les seguimos en ese empeño durante 175 páginas.

La segunda razón por la que recomiendo la novela es el uso del lenguaje. Lo popular venezolano dibuja la cotidianidad, inmerso en una realidad contradictoria y fácil de entender para un público local. El autor se empeña en hacer dialogar tres niveles sociolingüísticos: lenguaje político (donde los monólogos hacen referencia directa a la situación contextual de Venezuela en un momento histórico específico), el lenguaje cotidiano (con la inclusión de términos populares y construcciones lingüísticas orales) y el lenguaje poético (poemas o pequeños fragmentos en español y/o ruso escritos o citados por los personajes). Seguramente podrían extraerse otros niveles, algunos más específicos como los parlamentos circulares sobre referencias a obras literarias muy conocidas en busca de entretejer sentidos con la trama de la novela. Salvando las distancias con el autor individual y las referencias personales que se le escapan a través de los personajes, la voz narrativa hace gala, a veces burlesca, quejona o poéticas de un tipo de un país que, según “el vigilante del manicomio, profesor de liceo y escritor” palpita bajo dos conceptos esenciales: el naufragio y la locura. Pareciera en esta novela que la locura lo justifica “todo”, tal como el humorista usa la vejez o la niñez para decir lo que no se atreven sin disfraz, pero no: en una novela donde la línea que separa la cordura y de la locura es casi difusa todo hay que tomarlo “en serio”. El lenguaje no solo puede ser juzgado desde la relación entre las palabras y la cosmovisión que crean, sino también desde sus dobleces. Hago paréntesis. El doble sentido en los países caribeños constituye casi la nave de salvación para el relacionamiento interpersonal en la medida en que cualquier momento incómodo o jovial puede ser saneado con este recurso, de ahí que las manifestaciones artísticas también lo utilicen para sortear un enlace infalible de identificación directo con los lectores. Cierro paréntesis. Esta novela es en sí, un doble sentido, ¿qué exagero? No, vea el libro como objeto, no tiene una sola tapa, tiene 6. Se doblan y se desdoblan, todas dicen algo independientes y en conjunto. Alguien aclararía, que solo propone varias líneas de lectura, sí, correcto, pero, además, con doble sentido. Entonces, ¿qué significa el naufragio en esta novela? Si cada vez que la palabra surja, se lo entiende como embarcación a la deriva, tendrá un tipo de novela; pero si se intercambia dicho significado por otro, dígase naufragio como pérdida, como desastre, entonces, le aseguro, tendrá dos novelas. “¡Estamos en guerra! ¡Haré de este naufragio, el mejor país del mundo!”, y “¡Qué nadie se rinda, estamos a punto de ganar la guerra, ¡Haremos de este naufragio, el mejor país del mundo!”, son las frases que abren y cierran el texto, y cuyos significados puede leerse de modos distintos siendo fiel al momento narrativo en el que son expuestos. El personaje conocido como el Capitán pierde a Alba y a su hija, vuelto loco decide recuperarla con la Esperanza en un suspiro (porque también es el nombre de la vástaga). Un agravio, un crimen detona el conflicto de la historia, un viaje largo (por tierra y por mar) y, por ende, comienza la guerra (interna, subjetiva, metafórica, simbólica). Una guerra “en naufragio”, que puede ser en pérdida, desastre o desgracia, y desde donde renace un “otro” país (entendido como ¿manicomio?, ¿cómo territorio físico o subjetivo?).  El sintagma verbal “ganar la guerra” podría enfrentarnos a la idea de un supuesto final para la historia (que no es lo mismo que la novela), pero no: ¿acaso ganar la guerra significa quemarlo todo?, ¿significa encontrar a la hija de Alba?, ¿o simplemente imaginar, vivir la esperanza de que esté viva en un espejismo combinado entre la vida y la muerte? Lo que en realidad importa en esta historia, es el camino, no el final del camino. De ahí los dobleces de la obra, y la incapacidad de cerrar una historia, que deja más preguntas que respuestas, siendo fiel a la escritura que incomoda, que no complace, que no se conforma. 

El contraste es la tercera razón por la que podría resultar interesante esta obra. La novela te propone oposiciones en las que se debaten las diversas imágenes de un país en “guerra” y “a la deriva”. El narrador es incluso capaz de preguntarse si los demás están locos, en contraposición a su supuesta cordura. La necesidad de tachar parlamentos en los que escapa de la línea narrativa de los otros, para introducirse en su espacio personal, marca no solo una diferencia entre “él” y los “otros”, sino también entre niveles narrativos que se complementan y se contraponen. En ese camino aparecen construcciones de tipos de mujeres distintas, la ninfómana frente a la salvadora del “Alba”; un loco (Capitán) contrapuesto a un cuerdo (¿Will?); o verbigracia, un “caretón” vs. un vigilante de manicomio. La vida y la muerte desde el amanecer donde Alba recibe la muerte, con un puñal en medio de un nacimiento, en una noche llena de luz, camino a una “libertad” que se encuentra en el final, con la muerte. ¿Acaso no es todo contradictorio? Quizás sí, pero capaz sea otro de los recursos de un escritor que escribe “locuras”.

La primera razón por la que no te recomiendo la novela es el Tiempo. Si prefieres una lectura con una línea temporal clara y precisa de inicio a fin, esta novela “¿no?”, es para ti. El eje temporal es una de las categorías de análisis que posibilita entender cómo las historias se superponen y se construyen en tanto exista la otra. La necesidad de volver al pasado para planificar un futuro (desde el principio de la novela inexistente) hace posible que aun sabiendo que “no hay salida”, exista un atisbo de salida: esa famosa Esperanza que aparece al principio y al final, en forma de niña o bola de fuego que arrasa con todo. La voz narrativa reconoce que las vidas de los otros pueden ser más importantes que la suya, pero en realidad, es un espejismo concertado (reflejado cada vez que se esconde tras el espejo). Sencillamente, porque en los pasajes de las vidas de los otros, puede hilar la vida un país real, lo mismo que decir, se vale de referencias autobiográficas disfrazadas de locuras (como para no enemistarse con “algunos”).  La historia del naufragio sucede en un día, el eje que nos guía es “la plancha”. Este será el símbolo ineludible que augura el final de la novela. La voz narrativa (el vigilante del manicomio y docente de liceo) no recuerda si dejó o no la plancha prendida en la página 28, mientras “escribe sobre el sueño, los agujeros de un barco”, ambos elementos “tan preocupantes como un incendio en un manicomio”. Luego de revisar la vida y obra de cada personaje, yendo y viniendo en el tiempo, llegamos a la batalla final: la quema provocada del manicomio donde habitan los locos y libran su “guerra”. Allí nuevamente el vigilante teme por la plancha, y al preguntarse decide irse al liceo en la página 175. La plancha auguraba el fuego, la quema desde un espacio supuestamente desvinculado del lugar de los hechos: el manicomio. Sin embargo, resulta pertinente preguntarse en este punto, ¿el vigilante tiene otra casa, que no sea en realidad, el manicomio? Y es que los personajes en puro convivio sobrevivieron a una jornada de trabajo que abre y cierra con una plancha, el símbolo de una historia que no encaja, más bien, se quema.

La segunda razón por la que no la recomiendo es el uso de la imagen. Si esperas una novela que escape del atiborrado ambiente de imágenes de las la hiperconectividad y exceso de información actual, por ejemplo, esta novela “definitivamente” no es para ti. Es necesario leer con calma, revisar pasajes y regresar sobre las líneas de lectura para completar el cuadro barroco en exceso que constituye El naufragio del alba Del naufragio intuyo el alba. Si bien los capítulos son breves y concisos las imágenes rebuscadas y descritas en detalle hacen que te lleves flashazos detallados de las escenas. Así aparece una mariposa que logra ser vista en un bosque oscuro, o una mancha de sangre como petróleo en un “mar picado”. Son imágenes difíciles. Allí conviven con disgreciones que configuran descripciones que compiten con los diálogos, y en ese sentido, exige más aún de un lector que necesitará corroborar cada detalle para avanzar. La novela es así, no te permite avanzar si no agarraste la escena anterior. Reitero, hay que leerla dos veces.

Esta es una novela sobre hombres, es la tercera razón por la que no la recomiendo, si eres un lector(a) que prefiere a las mujeres determinando el rumbo de la historia en el frente de batalla y no detrás. Las mujeres del naufragio son sobrevivientes, no son sumisas, tranquilas y obedientes. Y como sobrevivientes actúan más de lo que la voz narrativa les hace actuar. Ello significa que sin la presencia de Esperanza, la hija del Capitán y Alba, no hubiese habido fuego, ni renacimiento, ni reconstrucción. Y si bien, Dévora, La Negra, Silvia o Marina, encajan en tanto pueden o no aportar a las vidas sexuales y sentimentales de los personajes en cuestión (el Capitán, Will o Diego) se convierten en detonantes para el avance de la historia. Llevan a los locos al punto de no retorno, ese instante en que deciden caminar en busca de la “Esperanza”, en dirección al fuego. Lo femenino en la novela no se reduce a la presencia de una mujer, puede extenderse al modo en que se explicita la existencia de una tierra, como madre que acoge; a La Siempreviva, como lugar de nacimiento y muerte, o a la locura, como madre constitutiva de la historia.

Casi siempre un ensayo crítico comienza con el resumen de la obra que se analiza, para guiarle al espectador, y darle la oportunidad de que juzguen desde los ojos del que escribe. Esta vez no, no les cuento de qué trata la novela, les digo qué es: una oda a la locura con personajes tan cuerdos que son locos, que viven en una embarcación (a la deriva, perdida, hecha un desastre) que necesitan quemar (viva) para que renazca, del humo que los consume, como el humo que ofrendan los indígenas aymaras a la Pachamama y que luego regresa en alimentos. Porque claro, los indígenas saben, por muchos locos que se quemen vivos, la tierra es la que manda. Y el barco no se quemó: David, tú y yo, seguimos aquí.

Odalys Amoros Ramos. Periodista cultural. La Paz, Bolivia.