Las editoriales: ciudadanos de las crisis
Por Libros del Fuego–
El libro posiblemente sea uno de los pocos artefactos culturales y tecnológicos que haya sobrevivido a toda la atropellada y barbárica historia que comprende al hombre; esa que, a menudo, tiende a devorar todo lo que construye. En ese orden, el libro no solo intenta ser pilar y guardián que alberga el pacto ficcional de un autor, también guarda en él su época, su contexto, el lenguaje que no deja de ser dinámico, para que otras generaciones vuelvan a él y comprendan su preceder, su tradición, o para entender por qué nunca han dado con una. Esta es su función. Un libro es resistencia ante el tiempo, incluso, a pesar de nosotros mismos.
Parece entonces válido decir que un libro puede asemejarse a una caja negra, esa fabulosa invención que registra un fragmento del vuelo de los aviones para contarnos qué fue lo que sucedió, por si algo malo ocurre. Por si la cosa se viene abajo y no hay nadie que atestigüe lo ocurrido. Ambos son artefactos que sobreviven al tiempo, llevándolo consigo, para darnos luces sobre esas sempiternas preguntas que nos acompañan siempre: ¿De dónde venimos? ¿Qué pasó aquí? ¿Cómo se fue todo al carajo?
Pero si un libro es una caja negra, las editoriales son sus fábricas, laboratorios kamikazes que, desde su criterio y selección, dan una imagen panorámica de lo que son y de lo que les rodea. Las editoriales narran su historia mínima, subjetiva e imperfecta, como un escritor más, para transformarse en lo que Roberto Calasso definió sabiamente: La edición como un género literario más.
Su forma de supervivencia, a diferencia de otros mercados, es heroica y romántica, pero no crítica, ya que hablar de crisis en el mundo editorial es redundante, porque desde los tiempos de Gutenberg y la industrialización de este oficio, siempre hemos estado en una infinita cuerda floja derivada de los costos que acarrea hacer un libro, el papel, la tinta, la impresión.
Bien podríamos nombrar las editoriales españolas que se mantuvieron firmes a Franco, sorteando la censura y la escasez de materiales para mantenerse a flote, como Anagrama, Tusquets o Seix Barral, por nombrar solo algunas, hoy grandes referentes del oficio de la edición, o nombrar el caso de Penguim que durante la Segunda Guerra Mundial tuvo que mutar de formatos para mantenerse produciendo libros, debido a la escasez de materiales que había en ese momento.
En el caso que nos atañe, Venezuela, durante los últimos 15 años se habló de un aparente “boom editorial” consecuencia del impacto que generó la entrada y consolidación de multinacionales como Random House, Santillana, Ediciones B, Planeta u Oceano, pero que luego de los problemas de control de divisas que persisten en nuestro país, se marcharon (en el caso de Random House, Santillana y Oceano) o se quedaron para dominar el mercado del libro (en el caso de Planeta y Ediciones B). Sin embargo, como se creyó en un principio, esto no necesariamente fueron malas noticias, ya que con la salida de las grandes editoriales quedó un vacío en el mercado que empezó a llenarse con el trabajo de las editoriales independientes que vieron su oportunidad de salir a la luz y ser competitivas y autosustentables. De esta forma, se empezó a definir un nuevo ciclo en nuestro país que debíamos aprender a aprovecharlo, manteniendo los canales de distribución, creando nuevos puntos de venta, promoviendo y publicando nuevos autores de calidad que han llegado a vender tanto como el bestseller de turno.
23 editoriales independientes en Venezuela tienen la fábrica abierta para mantener con vida nuestro mercado editorial; todas definidas en sus géneros e intereses entre las que podemos resaltar: Madera Fina, El Estilete, Letra Muerta, Ígneo, Ekaré, Punto Cero, Bid and Co, La Hoja del Norte, y, nosotros, Libros del Fuego. De estas 23, 7 fueron creadas en los últimos tres años, a pesar de la debacle económica que estamos viviendo en nuestro país.
Esto, sin dudas, demuestra lo que dijimos anteriormente: el mundo editorial es un ciudadano de las crisis, una entelequia que se alimenta de los momentos álgidos de la historia.
Bajo esta entramada premisa quisimos albergarnos para poder empezar a hablar de nosotros, de lo que hacemos y queremos hacer. Hablemos, pues, de Libros del Fuego, un nombre pensado desde la visión de todos aquellos libros que han sucumbido ante las hogueras, las gavetas o el olvido, que son otras formas de fuego.
Hace tres años y medio salimos con nuestra primera novela, El último encuentro (2013), de Humberto Acosta, una novela que cuenta la rivalidad entre dos de los mejores peloteros de las grandes ligas como fueron Roberto Clemente y Sandy Koufax. Quisimos abrir con esta novela por dos razones que enmarcan todo aquello que vengo diciendo desde las primeras líneas de estas páginas. La primera: que Humberto Acosta, una de las mejores plumas del periodismo venezolano, además de un gran escritor, era lo que buscábamos como buena literatura, y esta novela es fiel reflejo de eso. La segunda: que en un país donde el béisbol es el deporte que nos define, una historia con estas características podría encajar perfectamente con el criterio de lo comercial sin demérito de la obra. En síntesis, teníamos justo lo que necesitábamos para arrancar.
Pero hay que entender que un libro comienza a leerse mucho antes de ser abierto.
Esta es la razón por la que el diseño juega un papel fundamental en todo lo que hacemos, tanto como una coma o un acento en su debido lugar, para que a través de la imagen podamos reflejar aquello que se encuentra en las palabras. Conceptualizar y pensar junto al diseñador cómo un libro debe verse, debe sentirse al tacto, cuál es la mejor tipografía o cuál es el mejor formato para su lectura, es una forma de respetar el trabajo que el autor le ha tomado tanto tiempo llevar a cabo. Por eso no debemos confundir lo que hacemos con un trabajo artístico (eso, dejémoselo al autor), lo que hacemos es el resultado de una buena historia, un hermoso poema o de un cómic de zombies.
Cada una de nuestras publicaciones tiene un diseño propio y la única manera de poder identificarse con sus hermanos, se encuentra en el lomo, el único hilo que da las señas de que aquel es un Libros del Fuego.
Y ustedes se preguntarán, ¿por qué esto?
Queremos que en nuestras publicaciones cohabiten, en un justo equilibrio, el texto literario y su diseño. Esto como una forma no solo de dar un valor visual al contenido sino para potenciar el libro como ese producto cultural del que hablé al principio, sin que esto lo aleje de su función primaria: la lectura. La buena lectura. Porque más allá de todo, lo que importa es eso. Esa es nuestra forma de hacer un libro. Un libro que pueda ser capaz de luchar solo contra el tiempo y el olvido. Aun sabiendo que, ante tales rivales, siempre será vencido.
Y a veces, esa testarudez que es hacer libros trae sus recompensas: hemos tenido la fortuna de publicar autores noveles como Yeniter Poleo que han logrado ser finalistas del premio de la crítica a la mejor novela del año en nuestro país, hemos tenido la aceptación no solo de los críticos sino del circuito de libreros de Venezuela otorgándonos el premio al mejor poemario del año, los lectores nos han dado su voto de confianza al premiarnos como mejor libro de cuentos. También, el año pasado, nuestro diseñador editorial, Juan Mercerón, recibió el premio a la mejor colección editorial en el Premio Latinoamericano de Diseño Editorial que da la Fundación del Libro, en la Feria del Libro de Buenos Aires.
Esto confirma una vez más nuestra teoría: las editoriales se alimentan de las crisis para poder subsistir.
Hasta hoy son catorce los que llevamos a cuestas, catorce títulos llenos de virtudes y defectos, que han logrado formar parte de las bibliotecas de cientos de lectores. Falta mucho camino por recorrer y esperamos poder hacerlo con las ideas claras.
[Texto leído en el XXXIX Festival Iberoamericano de la edición, las artes y la poesía EDITA Colombia 2017].
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