Abrir la maleta del viajero que huye

El viajero que huye, de José Bracho Reyes, no puede leerse como cualquier otro libro, se requiere de cierta atmósfera para poder entrar en ese juego dialéctico que nos propone. No se trata de una lista de afirmaciones sesudas y sacras, sino de una tertulia que exige carisma, genio y una buena taza de café para entender y disfrutar lo que el autor plantea con su narrativa franca, irreverente y acabada.

Al abrir el libro debemos estar dispuestos a sentar a Bolívar, con el peso de su mantuanaje, junto a un ron añejo, mientras una pareja baila al ritmo de La Fania y un borracho quiebra un retrato del maestro Abreu, porque Bracho nos muestra una realidad escindida de dogmas ideológicos, anclada a un razonamiento más que lógico, honesto. Hablamos de una ética.

El viajero que huye es la maleta que contiene una perspectiva de mundo. Basta con leer las primeras páginas para entender que no hay souvenirs ni postales, está el viaje en sí mismo, un viaje crítico, histórico, político, cultural al corazón de Occidente, desde la Venezuela contemporánea y convulsa hasta la Grecia antigua. El lector puede sentirse un polizonte o un voyeur que muchas veces se sentirá confrontado con sus propias convicciones.

Los temas que tocan El viajero que huye son variados y diversos. En el capítulo “Sonoridades”, Bracho se presenta a punta de música, abordando la historia de la salsa y el jazz, destrozando con elegancia erudita, sin terciopelo, los esquemas que por años se han construido acerca de la música clásica y de la nueva trova.

La idea de inyectar el comunismo dentro del arte y encerrarlo en la concepción del realismo socialista es parecieran para el autor una atrocidad tan grande como los amores y los odios que giran en torno a la figura de Stalin. Piensa que el mayor compromiso del arte es ser, de esta manera comporta una forma de libertad y conecta con nuestra espiritualidad como identidad. La música también es una manera de vivir, por eso para Bracho la salsa tiene poder. Pregunta: ¿Tú has visto a todo un barrio bailando el Unicornio Azul? Y te responde: No, lo has visto bailando “El Tiburón” y “Anacaona”.

Cuestiona a los comunistas de su generación que quisieron imponer el aburrimiento, y la verdad es que estamos lejos de tener ese carácter. Con las reflexiones de José Bracho se puede entender que la salsa puso otro ritmo en nuestros países caribeños. La escritura de Cheo no está marcada por el orden y la sonoridad de las palabras, sino por la danza original de las ideas, disonante en todos los giros, parece inconforme con la vieja retórica impuesta por académicos.

Al término del primer capítulo el lector corre el delicioso riesgo de delirar en medio de una rumba caribe, cuando aparece el saxofón de Coltrane o el piano de Thelonious Monk, interpretando Underground, disco que incluye “Ugly Beauty” y en el que Monk se muestra como miembro de la resistencia francesa frente a la ocupación fascista. Me permito estas pequeñas historias, porque así también lo hace Bracho en su libro.

Habla del Agora y de un revolucionario llamado Bedreddin, quien dijo: Compartan todo lo que tienen, excepto los labios de la persona amada. ¡Qué hermoso ha sido descubrirlo! imaginarlo a través de estas páginas.

El segundo capítulo, “Identidades”, nos invita a una crítica más directa de nuestra forma de gestionar la cultura. El autor, a pesar de ser diplomático, no es sutil en estos asuntos, dice nombres y apellidos, y como afirma Dannybal Reyes, ejerce una diplomacia de lo políticamente incorrecto, pues deja expuestas nuestras caras tristes (cuestión que a veces nos hace mucha falta). Lo hace mientras tiende la mano, siempre con una propuesta, pues no vale la pena una conversación que solo procure conflicto, la palabra es para tender puentes y en medio de los choques procurar encuentros.

Persiste una reflexión sobre la identidad, sobre nuestros sabores, sobre lo que nos hace, sobre nuestro color de piel y nuestros sones. El texto “Historial de omisiones y noción de patria” es quizá uno de los más polémicos de la obra, constituye una reflexión descarnada respecto a la percepción común que tenemos de los próceres y un manifiesto sobre lo que significa la libertad. Este tema nos conmina a encontrarnos con nuestras contradicciones en medio de un proceso en el que la concepción de patria debe asumir nuevas dimensiones y significaciones, a sabiendas de que aún tenemos luchas que librar contra una colonia que impuso su virreinato más grande en nuestras cabezas.

Llegamos al tercer y último capítulo, “Afinidades”, en este tramo del viaje nos damos cuenta de que volver no significa necesariamente el destino final de la odisea. Al volver entramos en nosotros mismos. José Bracho Reyes nos adentra en un terreno más personal, confiesa, por ejemplo, que quiso ser Muhammad Ali, nos lleva a lugares como Karaburun y nos pasea por las calles de Maracaibo, contemplando la otredad, lo inhóspito y extraño del nido que cambia con los años.

Quizá si el mismísimo Epicuro de Samos volviera a la vida y caminara por Atenas no reconocería sino su propia nostalgia. Cheo es fiel a esa filosofía, recuerdo que la noche en que lo conocí en Ankara me dijo que hay que vivir sin excesos, encontrar la esencia de las cosas, lo que realmente nos llena y nos hace felices más allá de la vanidad. Tal vez por eso es barista, busca en el café más que una simple bebida, el equilibrio perfecto entre sabor y aroma.

Cerrando la maleta para emprender otros viajes, espero estas palabras hagan justicia a la conversación que inspiró este escrito. En nombre de la amistad que se construye a través del diálogo fraterno, me comunico con Cheo desde una generación que ve otros mundos y a pesar de las distancias lo reconozco hermano y maestro.

David Gómez Rodríguez 
Licdo. en Desarrollo Humano / Escritor
@davidgomez_rp