POÉTICAMENTE: María del Carmen Vianna

Rodrigo Galarza: «Siempre he pensado que la voz de María del Carmen se convida en ramitos de lluvia, en orfebrerías que te hacen partícipe de una “delicadeza”, aunque el fondo, el impulso vital que la rige sea el dolor o la melancolía, la exploración misma de los abismos existenciales: “Cuando en el aire se muera la última luz,/ qué quedará en los campos sino la viva oscuridad,/ esa mirada de la muerte”. Ahora mientras voy terminando esta nota, oigo nítido el canto un zorzal, y me pregunto: ¿Desde qué orilla canta, acaso desde Madrid?, ¿o desde allá: Curuzú Cuatiá?, donde alguna vez oí decir a María del Carmen Vianna unos versos que siempre me han acompañado: “Míranos Dios que nuestro dolor nos mira/ y no sabemos qué decirle”».

ELEGÍA

Última pasajera atravesando el puente moderno de

   la tierra a la sombra, con sombrilla de té de atardecer.

                                                                                                 FRANCISCO MADARIAGA

Esta es una elegía de un viaje de regreso

de una ciudad terrible como una estatua ardiente,

con lluvias acechando los enfermos suburbios

y el viento que se enreda en basurales olvidados.

I

He mirado en mi viaje lagunas infinitas,

el lapacho rosado, los tordos que ennegrecen

la llanura de nadie y el sol que es una esfera

milenaria de sueño.

                                        Y he mirado, lejano,

un poblado engañoso que era un cementerio,

sus techos de ceniza, sus cúpulas redondas,

sus fantasmas danzando entre azahares lánguidos

y caídas naranjas.

Recuerdo la palmera

y el pino entre otros árboles y un rosal de rosas

blancas junto a una iglesia en ruinas y la negra

cruz, con su azoramiento de muda eternidad.

II

Garzas blancas he visto, teros. Y patos negros

en fila contra el cielo. Y pinares azules

a lo lejos. He visto un jinete cruzando

veloces tajamares y un sol rojo y redondo

como un faro sangriento sobre las aguas frías.

El crepúsculo distendiéndose en grises infinitos.

El camino de sombra, recto como una flecha.

He mirado las garzas grises de blanco cuello

y anaranjado pico sumergirse en la honda

humedad del bañado.

He olido la negra

quemadura del campo.

Las señales del camino.

                            Los cuises como rayos.

                                                          Unos muertos animales.

III

Ya el rojo sol quedó atrás, por la lejanía devorado.

(Sé que esta noche habrá lagunas en mi sueño,

que el insomnio me envolverá con el fuego

que en los campos arde todavía,

que habrá este cementerio entre palmeras negras).

Pronto será noche y ya no veré

 sino lo que mi corazón alumbra en su delirio.

¡Ah memoria para el olvido!

¡Ah vana forma, incapaz de contener la vida del paisaje,

estos árboles tras el muro blanco,

 infinitos y desconocidos!

Ya casi es noche en el camino que acortan las sombras.

Y me duelen los ojos y el sueño de los ojos

que miraban los amarillos, verdes cañaverales como espadas,

antes de llegar al río.

El viento del desierto de enfrió

hasta ser esta mano de espectro contra el rostro.

Pronto estará la luna.

Un automóvil alucina la carretera con sus faros

y el olor de espinillo sube entre las barrancas.

IV

Ahora pienso en Miguel, el poeta,

huérfano del mundo,

ángel bello y terrible.

Dónde estará, con su ensueño encendiéndole la sangre,

con su exilio y su elegida soledad.

                                                               El está lejos. Todo está lejos.

¡Son tan hondos los abismos que la distancia agranda en el crepúsculo muriente!

V

El camino ya casi no se ve.

Es apenas un trozo de sombra perdiéndose en la noche que se

acerca.

Ahora, los árboles continentes de toda la sombra

son estatuas de negrura bajo el cielo.

Veo una hoguera en medio del pobre caserío.

Cuando en el aire se muera la última luz,

qué quedará en los campos sino la viva oscuridad,

esa mirada de la muerte.

La total negrura.

El abismo insondable.

El espectro del pájaro que murió contra el cristal,

                                                           El duro golpe,

                                                           la huella de su sangre incolora.

Había una anciana enferma cuya mano tomé

y ya no sabré más de ella.

Había corazones pequeños burlándose

y mis lágrimas.

Había el camino y la belleza del camino

y toda la noche,

en su cumbre de silencio.

 Octubre 30, 1988. Del libro ES VASTA LA NOCHE Y OTROS POEMAS (1986-1991). Moglia Ediciones, Corrientes, 2006.

LA FUENTE

Hasta aquí he venido, ciervo en la umbría, a entibiar mi sed. Mi sed es quemante como una brasa viva, como un alto fuego que en su fuego se alimenta es mi sed. Mas de ti me llueve un agua más fresca y más clara que una silenciosa suavísima lluvia. Suavísimas son las aguas de tu corazón, silenciosas son como un cielo dormido. Fuente mía, he venido por el bosque buscando tu hermosura serena. Agua para mi sed. Leche y miel para mi pesadumbre amarga. Fuente mía, dulzura donde me tiendo hasta ser un azul navegante sin medida.

Del libro LOS DÍAS DEL AMOR (otoño de 1993). Moglia Ediciones, Corrientes, 2006.

EL HUECO

              en la noche del corazón

             en el centro de la idea negra//

            ningún hombre es visible

          nadie está en ningún jardín

             ALEJANDRA PIZARNIK

Esta noche desearías vomitar tu corazón.

Y que en su sitio sólo quedara un hueco redondo y negro,

profundo y vasto.

Taparías el hueco como se tapa un pozo, con siete llaves

en sus siete puertas.

Que ningún ave anide en su morada.

Que ninguna flor brote en su penumbra el rostro brillante de su

alegría.

Y ya arrojado de ti,

querrías que ruede tu corazón como un sol gastado por la calle,

   pisoteado por la muchedumbre,

   mordido por los perros.

Toda hueco,

que te quedes sin sangre,

estatua cruel en la noche de las angustias.

Del libro LA NOCHE DE LOS GIRASOLES (1995-1996). Ediciones Moglia, Corrientes, 2006.

LA ESTATUA VACÍA

Ella recordó de pronto la estatua en el jardín.

El jardín era triste:

pastos amarillos y hojarascas tiernas,

su gastado esplendor.

Como una melancólica vieja música

han flotado esta noche en sus ojos

los ojos de la estatua en su jardín de tristeza.

Ojos de la estatua: paisajes sin nada.

Ella tal vez ha pensado:

”Es brevísima la noche y tan largo tu cansancio”.

Del libro EL CORAZÓN A LA INTEMPERIE (abril-mayo 1994). Ediciones Moglia, Corrientes, 2006.

MARÍA DEL CARMEN VIANNA

Nació en Monte Caseros (Corrientes, Argentina) el 14 de noviembre de 1960. A los ocho años se radicó con su familia en Curuzú Cuatiá donde transcurrió sus escuelas primaria y secundaria. Entre 1979 y 1984 vivió en Paraná (Entre Ríos) donde se recibió de profesora de castellano, literatura y latín. Ya de regreso a Curuzú Cuatiá trabajó como bibliotecaria y ejerció la docencia secundaria en escuelas nocturnas públicas hasta su jubilación.

El resto de su obra, consistente en prosa y verso, permanece inédita. Actualmente se halla en una nueva etapa de reencuentro con la escritura, después de varios años de silencio creativo.