El talento literario también está en casa

Siempre es bueno saber del éxito de un compatriota en el exterior y, para quienes pertenecemos al ámbito del libro, aún más cuando la notoriedad está vinculada a los distintos oficios y quehaceres del campo editorial. A contra pelo, causa desazón que la noticia esté vinculada a la partida de un compatriota que como reacción a la difícil situación nacional decidió hacer vida fuera del país.

Pero, ¿es correcto afirmar, como hace una nota de Dulce María Ramos publicada recientemente en El Universal, que asistimos al éxodo del talento literario? ¿Qué intención puede tener tal afirmación? ¿Querrá decir que dentro del país queda el reducto de las letras venezolanas o que nos aproximamos a ello? Esperamos que no haya sido escrito con semejante propósito. En todo caso, es importante disipar el equívoco ante quienes hayan alcanzado a leer ese mensaje entre líneas.

En principio vale preguntar, ¿con qué rigurosidad y a partir de qué criterios Ramos afirma que la diáspora de la literatura venezolana comenzó en 1989 con la partida de Miguel Gomes?, ¿no hubo escritores emigrantes durante el mandato del Benemérito, ni durante el puntofijismo?, por nombrar solo dos periodos de la agitada historia de nuestro siglo XX. Sin embargo, incluso obviando este punto de partida, ¿tiene sentido establecer una línea temporal desde 1989 hasta el presente?, ¿se trata de la misma diáspora? Por otra parte, ¿según qué encuesta o con qué base estadística enuncia que la diáspora literaria “alcanza 70 % del talento venezolano”?

Más allá de reconocer el fenómeno de la migración con la finalidad clara de apoyar a nuestra gente afuera ante las dificultades que en muchos casos presenta la situación migratoria, radicalizadas en un contexto de xenofobia inducida, con lo cual convenimos, el artículo deja en evidencia que su autora desconoce la magnitud de la diáspora literaria, pero sobre todo el espesor y calidad que habita dentro del territorio nacional. Mucho más arriesgada y preocupante es la distribución del talento que tan alegremente realiza.

La intención del presente artículo no es negar el talento de nuestros autores y profesionales del área editorial residentes allende las fronteras venezolanas, sino poner en cuestión ideas falaces sobre el campo literario vinculado al suelo patrio dentro y fuera del país. Algunos parecen pensar que más pronto que tarde dicho espacio existirá únicamente en el exterior sin relación al territorio nacional. 

El tema exige reconocer que para quienes deciden quedarse el desafío planteado es al menos tan grande como el que afrontan aquellos que han migrado. No solo porque entraña los viejos retos asociados a las dificultades de vivir de un arte casi siempre mal pagado y secuestrado por cánones que determinan el valor comercial de la obra u oficio, sino porque dedicarse a la literatura dentro de los confines de un país en crisis supone mucho más coraje, pasión y entrega que en condiciones normales: escritores, correctores, editores, agentes literarios, diseñadores e impresores tienen que hacer grandes esfuerzos para sortear la adversidad cotidiana y mantener la mística.

Por otra parte, para nadie es un secreto que Venezuela es hoy una gran maquila de profesionales en diversas áreas, entre las cuales brilla bastante la vinculada a todos los oficios del libro. Escritoras y escritores venezolanos, residentes en Venezuela, están obligados a vender sus talentos a precio de gallina flaca, o peor, muy por debajo de eso. Se ha fortalecido, incluso, aquella práctica de escribir obras que el contratante firma como propias.

Pese a todo, quienes decidieron quedarse proyectan su talento desde distintas regiones del país, en un espectro que abarca todas las edades, géneros, intereses y posturas políticas. Gustavo Pereira, Luis Alberto Crespo, Armando Rojas Guardia, Rafael Cadenas, Juan Antonio Calzadilla, Edmundo Aray, Reinaldo Pérez So, son apenas algunos de los poetas de talla mayor que permanecen activos dentro del país, junto a generaciones que los van siguiendo en el camino de la buena poesía: Víctor Manuel Pinto, Yanuva León, Katherine Castrillo, Freddy Ñáñez, Indira Carpio Olivo, Daniel Arella, Daniela Saidman, Ennio Tucci, María Alejandra Rendón, Miguel Antonio Guevara, entre muchos otros.

La narrativa continúa un ritmo interesante en plumas de escritores de destacada trayectoria y los que se van trazando una bastante definida: Gabriel Jiménez Emán, José Roberto Duque, Wilfredo Machado, Julián Márquez, Esmeralda Torres, Sol Linares, Arnaldo Jiménez, Daniel Linares, Ricardo Ramírez Requena, Gipsy Gastello, José Negrón, comportan apenas una pequeña muestra.

 Asimismo Venezuela cuenta con profesores de literatura, críticos literarios, investigadores, editores y especialistas del campo editorial que ejercen sus oficios desde el territorio nacional, manteniendo activo el engranaje de la literatura venezolana: Jorge Romero, Enrique Hernández de Jesús, María Eugenia Bravo, Rafael Castillo Zapata, Gabriela Kizer, Giordana García, Carlos Sandoval, Camila Pulgar, Alberto Rodríguez Carucci, Miguel Márquez, Mariela Sánchez Urdaneta, entre muchísimos otros y otras.

Las iniciativas editoriales que se adelantan desde Venezuela se presentan diversas y creativas, la Agencia Literaria del Sur, dirigida por Dannybal Reyes, y Madriguera, por Ennio Tucci, son solo dos buenos ejemplos. Con la misma pasión e impulso resisten editoriales nacionales independientes, como Senzala o Acirema, y del sector público; la Filven 2018 realizada en noviembre pasado, donde se presentaron más de un centenar de novedades editoriales, es prueba de ello, asimismo las presentaciones de libros en el Centro Cultural Trasnocho en Las Mercedes de Caracas y las que se celebran en distintos estados del país, aún y cuando la producción editorial impresa ha mermado dramáticamente durante los últimos seis años.

En esta arbitraria numeración se deja por fuera una cantidad de nombres difícil de abarcar, lo cual viene a reafirmar el sentido de este artículo: decir que la literatura venezolana florece tanto fuera como dentro del espacio geográfico patrio.

Es cierto que tocará a la crítica sopesar los efectos que el desarraigo y demás secuelas negativas de la migración tienen en la literatura producida desde la diáspora. Pero también deberá dar cuenta de la literatura producida en casa bajo la decisión de superar en el terreno la situación adversa.

Más allá, es necesario que la crítica dé cuenta, además, de los efectos positivos que pueden derivarse de la situación migratoria, posiblemente más marcados que los que se derivan de la decisión de producir desde casa, por lo menos, durante el tiempo que tome advenir sobre la circunstancia actual. Esta observación es relevante porque el artículo de Dulce María Ramos se inclina bastante hacia un tono lastimero. Como sea, parece difícil que el futuro del campo cultural venezolano, en particular del literario, dependa exclusivamente de los compatriotas que han decidido migrar, y esto por más efectos positivos que pueda tener la publicación y divulgación en el extranjero.

El talento nacional que ejerce su oficio desde el país siempre será nutrido y determinante. Es preciso desarrollar un balance de los retornos y en particular del peso de la singular posición de aquellos que, no obstante la distancia geográfica, nunca se han ido y desde el exterior aportan al porvenir de nuestras letras.            

Todo esto no niega que el ámbito de la literatura venezolana necesita políticas de apoyo (tanto públicas como privadas) que promuevan, estimulen, financien y agencien la producción de obras en todas sus fases, a través de estrategias múltiples: becas de estudio y de creación; promoción y financiamiento de la participación de autores, editores, agentes y críticos en ferias y festivales internacionales; publicación e impresión de libros; exportación e importación de obras; creación de congresos, seminarios y simposios de naturaleza internacional; revistas digitales e impresas; financiamiento de proyectos tanto creativos como de investigación; levantamiento y procesamiento de datos que permitan diseñar un mapa actualizado de los actores que componen el ámbito literario venezolano; fortalecimiento de los centros de estudios existentes y creación de nuevos con miras a formar académicos con perspectivas innovadoras.

Por lo demás, parece necesario recordar que la literatura, como todo arte, históricamente ha impulsado a sus oficiantes a moverse, a conocer distintas latitudes y culturas, a la trashumancia, tanto si sus tierras natales son escenario de acontecimientos convulsos, como (y quizá sobre todo) cuando la serenidad y comodidad les permite observar durante horas el hermoso proceso de floración de un flamboyán.