ENTREVISTA A ELOY FERNÁNDEZ PORTA

Especial sobre cibernética

Fuente: Revista Nevando en la Guinea

Especial sobre cibernética. Por Cecilio Olivero Muñoz

ELOY FERNÁNDEZ PORTA. Profesor en la Universitat Pompeu Fabra. Ensayista y performer de spoken word. Licenciado en Humanidades.

—Hola Eloy, nos vemos de nuevo.

—Encantado de participar de nuevo.

P: ¿Qué opinas de las relaciones que se fundamentan en Internet? ¿Qué opinas de las relaciones que se fundamentan en Internet como relaciones donde la diferencia de clases y los intereses burocráticos referente a visados son la verdadera esencia de lo que las fundamenta?

Por lo pronto, diría que las relaciones personales siguen teniendo un “fundamento” social y presencial; lo que ocurre en Internet me parece más bien el nivel objetivo y formalizado de los vínculos; puede verse como una dimensión administrativa en que todos los ciudadanos nos hemos convertido en burócratas. Los tratos presenciales se han redefinido como el “material de partida”, o la materia bruta, de una trama relacional que solo cobra consistencia y utilidad pública cuando se objetiva en la red: en los sistemas de hiperlinks considerados como el do ut des de la amistad, o en la barra derecha de los blogs entendida como registro objetivo y “vinculante” de la vida social publicitable. A todo esto lo llamo el Imperio de la Mediación Afectiva, y lo veo como un sistema de producción de la privacidad donde la relación “íntima” es la que mantiene el internauta con el metamedio de su elección, de modo que los tratos con otros seres humanos, o con lo que fuere que se oculta tras un nick, pasan a ser subproductos o efectos secundarios de aquella otra interacción. Para explicar nuestra acusada tendencia a “gozar” esos procesos administrativos, que solemos abordar “como si fueran personales”, habría que acudir a Kafka, y antes de él a Freud, quienes señalaron ya, cada cual a su modo, que la subjetividad emerge precisamente a partir del trato con una institución –en este caso, las instituciones metamediáticas–, y no solo por oposición a ella.

P: ¿Qué opinas acerca del ciber-sexo? Según con quién, ja, ja, ja.

En serio, creo que lo que ocurre en ese terreno es el traslado al mundo virtual de lo que ya venía ocurriendo con el discurso sobre el amor, que, según la tradición literaria, está fundado en la distancia, de modo que el espacio vacío entre los amantes constituye la sustancia de la relación. De este modo se enfatiza el carácter discursivo, textual e inmaterial de la relación sexual. El sexo se convierte, literalmente, en fantasía, y las relaciones se reformulan en torno a la pregunta “¿cuál es el estatus de la fantasía? Esto que estoy viviendo, ¿cuenta como la realidad de la relación, como un aparte o como una previa?” Por otra parte, la fantasía se consolida porque no aparece ya como un momento efímero, sino que tiene forma de archivo. La memoria sexual de muchas personas que crecieron con la pornografía se encuentra ahora en las páginas de vintage erótica donde reaparecen las imágenes que crearon la identidad sexual en la adolescencia o en la juventud.

P: ¿Cómo ves a Internet como tema literario?

Me parece significativo que las novelas que han tratado el tema de las relaciones internautas de una manera más reveladora y concienzuda sean relatos de temática gay. Me refiero a textos como La ansiedad de Daniel Link, que he comentado en una sección de €®O$, o Chaperos de Dennis Cooper, una obra fenomenal que utiliza los chats como formato metanarrativo y describe muy bien cómo se generan, de manera colectiva, las fantasías actuales. Internet es un medio deslocalizado y transversal, y en ese sentido responde a las necesidades de algunas comunidades minoritarias que tienen alguna objeción que poner a la concepción presencial de las relaciones humanas, que en buena medida está determinada por criterios de gestión del espacio urbano, y de intervención en él, que dejan en segundo plano a ciertas personas, cuando no las excluyen.

P: ¿Qué opinas de las redes sociales?

Coincido en parte con el análisis que hace David Fincher en su película al respecto. Es cierto, como muestra en las escenas iniciales, que las redes surgen a partir de una pequeña comunidad selecta que tiene intereses muy específicos, y que en segunda instancia la mayoría de la población las asume como si fueran propias. También es verdad que la distancia física y el tiempo de elaboración que propicia la relación virtual responde a la necesidad, creciente, de racionalizar, estructurar y dar forma a los vínculos, que progresivamente van dejando de ser una cuestión espontánea y privada y se convierten en un asunto objetivo y publicitado. Y me divierte su hipótesis, rigurosamente romántica, según la cual la misantropía es el origen de la comunidad: Zuckerberg inventa la red mundial, que es cosa mentale, porque es incapaz de sostener un trato funcional cara a cara. En cambio, me parece muy peligrosa la manera en que aborda el tema de los derechos de autor. Fincher justifica el manifiesto “robo de ideas” de Zuckerberg presentándolo como un Creador, un artista que tiene el derecho natural de arramblar con lo que crea necesario para llevar a cabo su proyecto, de la misma manera que un novelista “tiene derecho” a quedarse con una frase ingeniosa oída en una conversación o a inventar un personaje odioso basado en la personalidad de su mejor amigo, si su obra lo requiere. Esa idea, si se traslada al mundo del mercado, implica que los empresarios están autorizados a quedarse con lo que quieran en nombre del arte de hacer dinero. Es uno de los riesgos que tiene la estatización creciente del mundo; yo procuraría evitarlo.

P: ¿Crees que la televisión y la industria cinematográfica peligran debido a las nuevas tecnologías?

Hombre, tal como está la televisión no me parecería mal que peligrara un poco, pero la Historia de esos dos formatos nos enseña que ambos han mostrado una notoria capacidad de renovarse, al alimón con los nuevos medios. Ahora mismo, con el trasfondo de Internet 2.0, vemos televisión de dos maneras genéricas: por una parte, reconocemos en ese medio, que algunos creen obsoleto, la capacidad para “contar historias” en el sentido más tradicional, el del culebrón deluxe (en la Era Dorada de las series); por otra, le  asignamos “la última palabra” en la multiplicidad de debates que ocurren en el underground de la red (“¡mi blog ha salido en la tele!”). En España el caso de Ignacio Escolar demostró que el epítome del bloguero es el director de un mass media. No quiero decir con ello que Escolar “renunciara al espíritu bloguero” que no es el caso, sino más bien que la mayor parte de los blogueros se comportan como editores de un diario unipersonal, y su porvenir suele ser el devenir-media. En los primeros tiempos de Internet parecía que los metamedios nos dirían “la verdad que los medios ocultan”; cada vez más se hace patente que esa verdad minoritaria solo puede ser legitimada por la televisión, que no tiene inconveniente en llenarse de imágenes low-tech, pixelizarse, y en fin, convertirse en un meta-meta-medio que se actualiza gracias a las noticias y novedades rescatadas de los bajos fondos digitales. El crecimiento de los anillos de blos ha hecho indispensable la aparición de metablogs “antológicos” que reúnen los contenidos más relevantes de un sector de la red, y ese es el modelo de página web; lamentablemente, la tele puede realizar esa función de manera más eficiente e influyente. Si reducimos esta cuestión a una economía del dato, Internet sería “solo” la cantera informativa de los mass media renovados, y no veo cómo podría evitarse que estos se conviertan en el referente último de toda discusión. Por fortuna ocurren algunas cosas más halagüeñas, pero me temo que esa es la dinámica general.

P: ¿Qué libros nos recomendarías para adentrarnos aún más a los tipos de culturas y subculturas nacidas de las nuevas tecnologías? ¿Qué libros deberíamos tener en casa para comprender mejor todo lo que Internet es en sí como nueva tecnología?

De entre los numerosos trabajos que se publican sobre estos asuntos, me parecen particularmente interesantes los de Bruce Sterling, que ya se podrían anunciar como una marca: ¡En la vanguardia de las ciberculturas desde 1985! Y en los últimos tiempos he leído textos muy potentes de ensayistas argentinos como Alejandro Piscitelli y Rafael Cippolini, entre otros.

P: ¿Al igual que existe el software gratuito promovido por Richard Stallman y Linus Tolvards, crees que la cultura actual debería llegar a este punto?

Diría que sí, pero habría que empezar considerando que, ya antes de que se desarrollara Internet, que es el canal del capitalismo emocional, la dinámica del capital incluía, como señalaron los analistas que, de Mauss en adelante, estudian el tema del regalo, la donación, el gasto gratuito, el potlach. Muchos productos culturales eran ya, en buena medida, gratuitos para aquellos que acuden a las galerías de arte, para los usuarios concienzudos de las bibliotecas, para el común de los aficionados a la música, para los trabajadores de la creciente industria de la difusión de la cultura –periodistas, gestores, incluso administrativos de esa rama. Aquí Bourdieu objetaría que, aunque las galerías no cobran entrada, el camino de formación intelectual y estética que conduce a un ciudadano a la inauguración de una expo es costoso, y no todos pueden sufragarlo. El cambio que se ha producido, y que en la época en que escribía Bourdieu no podía ser consignado, consiste que gracias a los metamedios ese camino podría, idealmente, ser recorrido “a coste cero”. Lo cual, con ser un progreso, no implica que desaparezcan por arte de ensalmo los condicionamientos de clase, y también geográficos, que determinan el acceso a los productos culturales y condicionan su uso. En Internet se rompen algunas jerarquías, pero también se traman y se complican otras que ya existían.

P: ¿Consideras al fenómeno japonés de los hikikomoris como perfil aberrante reflejo de nuestra sociedad o lo consideras un problema educacional debido a las relaciones familiares de este tiempo?

Lo considero un problema tan acuciante como el de los adolescentes que se encierran a escribir poesía, a componer música o a redactar diarios y dietarios –géneros estos dos que hace diez años eran minoritarios y solo se daban a la imprenta cuando sus autores eran artistas muy adultos, mientras que a día de hoy constituyen ya un código de identidad textual tan indispensable como el DNI. Casi todas las críticas que la sociología moralista dispensa a los hikikomoris se les habían hecho antes a los artistas románticos: no salen, no se relacionan, son introspectivos y asociales. Su caso es, simplemente, otra muestra de cómo los rasgos distintivos del artista se extienden, se popularizan y se generalizan, de modo que el mito del artista romántico “único y singular” desaparece. Ello suscita gran incomodidad en ciertas disciplinas de conocimiento que, como la estética, estaban articuladas alrededor de ese mito. Por lo demás, todos hemos visto que en muy poco tiempo el término “asocial” se ha redefinido; ahora ya lo designa al que no se prodiga en el trato presencial, sino a quien no interviene con sus propios metamedios en alguna comunidad virtual.

—Gracias Eloy.

—Gracias a ti, Cecilio.