La ética del salmón

Por: Larry Mejía (Colombia)

 

América es una invención intelectual de Europa

Arturo Uslar Pietri

Al saqueo que nos llegó desde España hace más de 500 años se viene a sumar, junto a la banca internacional y demás pestes que con la sífilis y la gonorrea heredamos de la Madre Patria, el fenómeno de convertir en mitos a nombres que por figurar en ciertos catálogos reciben de generación en generación el testigo en la carrera de relevos del quehacer intelectual. Léase Alfaguara, Anagrama, Tusquets y un etcétera que no es muy largo, pues el monstruo es en realidad uno mismo: el negocio editorial, llenarse los bolsillos vendiendo cultura de bolsillo para incautos.

No es casual que el Premio Alfaguara de novela lo hayan recibido en los últimos 10 años escritores provenientes del país de donde es la directora del grupo en cuestión. No estoy discutiendo la calidad de los autores, apunto a otro lugar: el costo de los libros y lo redituable que resulta encumbrar un autor en cuyo país se agotará la primera edición correspondiente al galardón concedido por la editorial; la calidad de unos y otros ya las dirá el tiempo. Esto solo se trata de un negocio. En países como Venezuela, donde los libros son subsidiados por el Gobierno, son escasos los reconocimientos internacionales a los escritores, por lo mismo que aquí señalo, no se recuperará en ventas la inversión mediática del premio, industria que no le conviene a los impresores europeos.

España y sus editoriales nos imponen sus traducciones, dando por sentado que el idioma que hablan esos casi 40 millones de ciudadanos es el que hablamos en América Latina, donde solo mi país ya tiene un número igual que el de la Madre Patria, por no hablar de la Ciudad de México, pues en esta metrópoli vive la mitad de todo lo que es el país europeo.

Ya ha sido una lucha la independencia literaria en cuanto al pensamiento y a dejar de copiar modelos ajenos, y ahora sigue siendo guerra sin cuartel la edición de textos que no correspondan a los estándares que nos impone el monstruo editorial.

Hablar de distribución resulta imposible, hablar de comisiones para autores es ridículo, amén del esfuerzo que significa para un autor –bueno o no–, publicar y dar a conocer su obra. Parece una lucha perdida, pero nadie más testarudo que el artista, a él le tiene sin cuidado el destino de su obra, siempre y cuando exista una obra, él creerá en ella y no dudará en empeñar cada átomo de su ser por el bien de su arte.

Hace un par de meses entrevistaba al escritor peruano mexicano Mario Bellatin; nuestra conversación se centró en la reciente pelea de la cual salió ganador contra la editorial Tusquets, quien sin el consentimiento del autor reeditó su novela Salón de Belleza. Mario le ganó a Tusquets la pelea en tiempo récord; asistió a tribunales, explicó lo absurdo de las razones por las cuales la editorial española reimprimió el libro más un texto suyo inédito, con unas trampas legales de sus contratos que amarran a los autores de pies y manos, pero también amarran su producción intelectual, condenando su libertad al fracaso y su carrera literaria a la sepultura, cuando estos no bajan la cabeza frente a los otros.

Meses atrás el mismo Bellatín me había enseñado una colección de sus libros que el propio Mario hace, pues me señaló que los derechos de reproducción son del autor, y que él se sentía en la obligación para con sus lectores de brindarles otra opción por fuera del mercado, ya que esos derechos bajo los cuales publica un autor hacen referencia exclusiva a la edición existente, pero no a la posibilidad que tiene el escritor de hacer por su lado una suerte de enroque para salvar su obra.

Y todo esto para pensar en las opciones de los autores de adquirir una independencia, de seguir construyendo una profesión digna.

Están los concursos, sí, resulta paradójico, pero esa es otra mafia, lo señalé al comienzo de estas líneas y lo recupero ahora, pues día con día el desencanto es mayor en cuanto a estos certámenes, que por lo menos ofrecían hasta cierto punto la posibilidad justa de que los libros vieran la luz por un medio menos feroz que la industria tradicional.

Vuelvo sobre lo anecdótico: el fin de semana pasado un autor mexicano me platicaba sobre unos poemas eróticos inéditos que Renato Leduc tuvo a bien regalarle en 1984, cuando mi amigo le entrevistó. La generosidad del escritor estuvo correspondida y mi amigo en días posteriores asistió a la casa de la hija de Leduc para regresarle los poemas, ella le insistió en que los conservara y hasta el día de hoy reposan en una caja de madera junto a sus libros de Rimbaud, Keats, Miller y demás autores en su casa en el centro de Coyoacán. Después de pensarlo un poco le propuse que enviara esos poemas a un prestigioso concurso de poesía de México, para que constatara cómo pasarían desapercibidos frente al jurado del mismo que anualmente concede algo más de 25 mil dólares al ganador del certamen. Esto es periférico al asunto en cuestión, es uno más de esos disparates que se le ocurren a uno para jugar con la suerte que representa el camino literario hoy en día.

Sé que le estoy dando vueltas a un asunto sin mucho sentido, pero resulta importante pensar entonces en las editoriales independientes que se están jugando, desde las sombras, todas sus cartas por la dignidad de un arte tan empobrecido (por sus propios gestores), como la literatura. Hay allí un camino nuevo, un camino sano, y sobre todo un camino en construcción, del cual se hablará en muchos años.

Las dificultades de los escritores no son una novedad, basta recordar a Pound el filántropo, reuniendo dinero para que Joyce editara el Ulises; pero la industria editorial independiente constituye también un acto de filantropía y de fe en el libro, ya no como objeto de adorno de una casa sino como bloque de construcción de una sociedad.

En manos de los independientes, de los marginados y de los marginales, reposa el compromiso de convertir al libro en pan y no en lujo, de acercar autores a un espacio donde la competencia entre unos y otros sea por su valor literario y no por el sello editorial bajo el cual pretenden vendernos mitos e ídolos con pies de barro.

Creo que el valor de este compromiso debe ser obra de todos, qué gran sorpresa sería encontrar en sellos insospechables, autores de renombre para que llegaran a más lectores y enriquecieran o fueran leídos en otras proporciones que a lo mejor les concedieran el lugar que merecen en la historia de la literatura.