Sobre «Mahmud Darwish anda en metro» de Miguel Antonio Guevara

Por Luis Ignacio Muñoz

Hace unos días empezaba a leer Mahmud Darwish anda en metro de Miguel Antonio Guevara con una gran expectativa que siempre me ha generado la llegada a mis manos de un nuevo libro de minificción. O lo que pensaba en ese momento como un libro de minificción en el amplio sentido de la palabra; sin embargo, resulta cada vez más difícil de definir la minificción como tal o se torna indefinible dentro del desbordamiento de los géneros y su constante evolución hacia unas formas híbridas y poco abordables dentro de los cánones tradicionales. Por eso, en principio, Mahmud Darwish… no debía mirarlo bajo ninguna lupa ni la del que lee microcuentos y espera que toda ficción breve tenga los mismos elementos técnicos, o el que busca una historia de principio a fin.

Mi experiencia como lector de este tipo de textos –y mi lectura inicial– me remitió, sin querer, años atrás a algunas novelas colombianas que se tejían a través de cartas en algunos casos, y fragmentarias en otros, como Los cuadernos de N de Nicolás Suescún y El álbum secreto del sagrado corazón de Rodrigo Parra, entre otras, donde existe este difícil deslinde del género. Se sabe que están creadas como novelas y los relatos cortos y largos, los fragmentos, las cartas, las aparentes historias sueltas forman un corpus que extiende sus rizomas. Narraciones que parecen depender de una vertiente, pero a la vez conservan cierta autonomía. Así es Mahmud Darwish anda en metro, sin ser extenso y sin encasillarse en ningún género.

Hay a través de su lectura una aproximación a los libros mencionados. Se trata de un hilo invisible que las junta, las hermana y, al mismo tiempo, las separa cada una en la individualidad que las hace particulares. No con pretensión de novela postmoderna como las han definido, sino que hablamos de una desmarcación del cuento y la novela, del microrrelato y lo que algunos dan en llamar prosa y otros minificción. Que tampoco viene al caso.

Quiero referirme en esta breve nota a un libro compuesto de narraciones cortas, llenas de significado, escritas en un lenguaje limpio, claro y conciso. Hay vitalidad en cada párrafo. Imágenes y escenas que conducen al lector por un vasto paisaje urbano. Personajes que la ciudad absorbe en su incesante remolino de instantes y reflexiones. Hay también una estructura que la sostiene en seis partes tituladas a manera de capítulos y treinta y dos narraciones; muchas de ellas pueden leerse por sí solas y forman ficciones breves o microrrelatos, otras hacen parte de esa totalidad. Ganador del premio Nacional Universitario de Literatura “Alfredo Armas Alfonso”; nos hace entrever, en cada línea, el mérito alcanzado y la proyección que vendrá después de esta edición por parte de El Taller Blanco Ediciones en su colección Comarca Mínima dedicada a la minificción.

Hay en Miguel una forma muy particular, muy suya, de narrar el hombre en una ciudad que a la vez son todas. Hay reflexión en sus párrafos y una atmósfera color ladrillo. Nada más difícil que conducir al lector por estas aceras friolentas y comunicarle sensaciones de sordidez, soledad y desarraigo. Son historias breves, intensas, por estos senderos de acciones y reflexiones y, a la vez, un gran témpano sumergido que, para algunos lectores, puede pasar desapercibido manteniendo la obra su esencia narrativa.

Por esto su título es una gran puerta abierta a otra búsqueda que el lector debe indagar, otra historia sumergida. La elipsis de la que tanto se habla sobre la minificción y que nos permite varias lecturas y en cada una de ellas encontrar nuevas posibilidades.

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